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XXXII domingo ordinario
-- 10 de Noviembre de 2024
XXXII
Domingo
B
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1
Reyes: 17:10-16;
Salmo 146;
Hebreos 9:24-28;
Marcos 12:38-44
1. --
P. Carlos Salas,
OP <csalas@opsouth.org>
2. -- P. Jude Siciliano, OP <frjude@judeop.org>
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1.
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XXXII Domingo
Ordinario1 Rey 17:10-16 | Heb 9:24-28 | Mc 12:38-44
– 11/10/24
¿Es acaso un pecado imperdonable el ser un escriba? ¿Acaso no nos dice
Jesucristo hoy claramente, ¡Cuidado con los escribas! … Éstos recibirán un
castigo muy riguroso? Ya Jesús ha tenido muchos encuentros con todos ellos. En
el segundo capítulo del mismo Evangelio, Jesús sana a un paralítico que bajaron
en camilla—no solo de su enfermedad, sino también de su pecado. Como resultado,
los escribas piensan en su interior, ¿Cómo puede decir eso? Realmente se burla
de Dios. ¿Quién puede perdonar pecados, fuera de Dios? Ellos tenían las reglas
correctas porque solamente Dios perdona los pecados—pero no se daban cuenta que
Dios Encarnado estaba frente a ellos.
El ser un escriba, un letrado, un maestro de la Ley, no es un pecado. Eso no los
lleva a la condenación eterna. Es más, el domingo pasado Jesús le dijo a uno de
ellos que entendió con fe que Dios es uno y que el primer mandamiento es el amor
de Dios y del prójimo, le dijo: No estás lejos del Reino de Dios. Entonces, ¿cuál
es la diferencia? Es la actitud que tomamos ante el prójimo.
Jesucristo nos dice, ¡Cuidado con los escribas! —No porque ser escriba es caso
perdido y ya son condenados al infierno—sino porque les encanta pasearse con
amplios ropajes y recibir reverencias en las calles; buscan los asientos de
honor en las sinagogas y … banquetes. A ellos les gustaba hacerse destacar, y
eso los lleva a la perdición. Esto es para recordarnos que no hay casos
imposibles, no hay motivo para perder la esperanza si permanecemos en Cristo.
Pero, de la misma manera como podemos permanecer en nuestra avaricia por el
poder, o por buscar todos los honores, y por ser complacidos, así también
tenemos la libertad en Cristo de ser generosos. El Hijo de Dios se despojó de su
condición de gloria para entrar en nuestro mundo, para tomar nuestra carne, y se
anonadó a sí mismo incluso hasta una muerte, y una muerte en la cruz, para así
ser generoso con nosotros. Nos ha dado la vida eterna, nos ha prometido la
bienaventuranza que no termina, y nos dará nuestro cuerpo glorificado. Esa es la
generosidad de Dios, a Quien debemos imitar.
Esto no es algo imposible. Una multitud de santos ya nos han demostrado que es
posible ser santo en esta vida, ser generosos con lo poco que tenemos. Las
sagradas Escrituras hoy nos presentan dos ejemplos de estos santos: ambas
mujeres, ambas viudas, y ambas con la confianza total en Dios.
En el primer libro de los Reyes, Dios envió al profeta Elías en su misión.
Cuando se encontró con esta viuda, se encontró con un caso que lo juzgaban
imposible. Ella le dice, Ya ves que estaba recogiendo unos cuantos leños. Voy a
preparar un pan para mí y para mi hijo. Nos lo comeremos y luego moriremos. Esta
iba a ser su última cena. Elías, como profeta, también pone su confianza en Dios
y le profecía: No temas. Anda y prepáralo como has dicho; pero primero haz un
panecillo para mí y tráemelo. Después lo harás para ti y para tu hijo, porque
así dice el Señor de Israel: “La tinaja de harina no se vaciará, la vasija de
aceite no se agotará.”
Ella pone su confianza en el profeta del Señor, y Dios mismo la recompensó
porque, incluso en su pobreza, ella fue generosa. Creo que ella nos enseña que,
para poder ser generosos, es necesario hacernos pobres. Despojarnos de los
apegos a las cosas materiales y pasajeras. Cristo primero se despojó de su
gloria para así entrar en nuestra vida y ser generoso. La viuda primero se negó
a sí misma y a su hijo para poder ser generosa con el profeta Elías. La viuda
del Evangelio dio más que todos los millonarios porque ella poco tenía. Ser
pobre no es un impedimento para ser generosos, es un requisito.
Y ya somos pobres de algunas maneras. Tal vez entre nosotros haya quienes tengan
muchos bienes – ¡denle gracias a Dios por eso! – pero incluso teniendo riquezas
materiales, es posible tener pobreza espiritual y pobreza emocional. ¿De qué me
sirve poder proveerle a mis hijos todo lo que necesitan y muchas cosas de lo que
quieren, si no puedo prestarles mi atención ininterrumpida?
Los medios de comunicación nos han dado herramientas para enviar mensajes a gran
distancia de manera instantánea. ¡Es una maravilla! Pero esas mismas
herramientas nos están distrayendo de prestar la atención debida a las personas
con las que vivo. ¿Puedo prestarles toda mi atención, apagando todas las
pantallas y solamente escucharlos? ¿O solo les doy lo que me sobra de mi tiempo
y mi atención? Si es así, soy como los ricos que dan en abundancia en las
alcancías del templo: proveo para mi familia todos los celulares inteligentes
más novedosos, videojuegos, televisiones, cervezas, vehículos, conciertos,
fiestas, etc. Todo esto pueden ser actos de amor por mi familia, pero estos
pierden su valor si no me despego de estos bienes para ser generoso con mi vida
para aquellos que Dios ha puesto en mi hogar.
Cuando pueda hacer todo a un lado y compartir de mi tiempo preciado con los que
Dios ha puesto en mi vida, es ahí que soy como la viuda pobre que echa dos
moneditas de muy poco valor porque eso lo ve Dios; ella ha echado en la alcancía
más que todos… [porque] en su pobreza ha echado todo lo que tenía para vivir.
Esa es la pobreza que debemos anhelar, una pobreza que nos ayuden a despojarnos
de nosotros mismos y ser generosos. Dichosos los pobres de espíritu, porque de
ellos es el Reino de los cielos.
Dios los bendiga,
P. Carlos Salas, OP <csalas@opsouth.org>
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2.
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“PRIMERAS IMPRESIONES”
DOMINGO 32
(B)
10 de Noviembre de 2024
1 Reyes: 17:10-16;
Salmo 146;
Hebreos 9:24-28; Marcos 12:38-44
por Jude Siciliano, OP
Queridos predicadores:
Había una sequía en Israel (tal vez similar a la sequía actual en África). Todas
las personas sufrieron sus consecuencias, no sólo los judíos, sino también sus
vecinos paganos. Dios envió a Elías a la viuda de Sarepta, una gentil. Ese es un
tema constante en las Escrituras hebreas: la preocupación de Dios por los que no
tienen poder. La viuda y su hijo serían los más vulnerables; no tiene un esposo
que la ayude y la proteja a ella y a su hijo. Dios hace lo que siempre hace: ve
a los más necesitados y responde.
Al principio, Elías no le causa una buena primera impresión a la viuda
necesitada. Ella estaba juntando leña para hacer un fuego para cocinar su última
comida para ella y su hijo. Elías no la ayudó de inmediato. De hecho, añadió más
carga a la que ya soportaba al pedirle agua, en un tiempo de sequía, y pan de
sus escasos suministros. Parece exigente, pero Elías la está invitando a la fe:
si ella le prepara el pan que él pide, Dios milagrosamente proveerá para ella y
su hijo durante la hambruna. La viuda no tiene mucho, pero si renuncia a lo poco
que tiene, Dios proveerá para ella. No tiene pruebas visibles de que esto sea
así, pero confía en la seguridad que le dio Elías de que Dios la cuidaría.
Puede que no tengamos mucho que ofrecer al servicio de Dios, pero ¿estamos
dispuestos a dar lo poco que tenemos para experimentar la obra de Dios con
nosotros, a través de nuestros recursos, por pocos que sean? ¿Podemos pensar en
alguna ocasión en la que hayamos hecho lo mismo que la viuda, es decir, no de lo
que nos sobraba, sino de lo que era esencial para nosotros? Al hacerlo, tal vez
incluso hayamos ignorado nuestras propias necesidades.
¿Dimos generosamente, no sólo de nuestro dinero, sino de nuestros dones de
tiempo y talento, porque vimos una necesidad mayor, por ejemplo, en nuestro
matrimonio, una amistad, nuestra comunidad local, nuestra familia de la iglesia?
Es difícil dar con la clase de generosidad que vemos en la viuda en el Templo,
de quien Jesús dice que dio “… todo lo que tenía, todo su sustento”. Es muy
difícil dar con la generosidad que mostró la viuda. Su generosidad es
sorprendente. Yo tiendo a querer guardar algo, “por si acaso”. Por otro lado, la
viuda dio lo último que tenían.
En la escena del evangelio, Jesús está viendo a la gente ir y venir. Está en el
patio de las mujeres, donde había 13 recipientes con forma de trompeta en los
que la gente dejaba sus ofrendas. Imagine el sonido que hacían las dos pequeñas
monedas de la viuda. Mientras que el sonido metálico del dinero del rico sin
duda habría llamado la atención. La diferencia de sonido habría sido un
indicador de que la ofrenda de la viuda era insignificante. ¿No cree que se
sentía cohibida y humillada ante los demás?
Jesús ha estado en controversias con la élite religiosa, que tenía poder entre
el pueblo. Los reprende por construir su poder y riqueza, incluso el Templo
mismo, a espaldas de los pobres. “Devoran las casas de las viudas…”. La ofrenda
de la viuda se destinará al mantenimiento del Templo. Irónicamente, en la época
del evangelio de Marcos, el templo había sido, o estaba a punto de ser,
destruido.
Jesús tomó a sus discípulos aparte y criticó la procedencia de las ofrendas. Los
ricos contribuyeron de lo que les sobraba, mientras que la viuda dio de todo lo
que tenía, “…todo lo que tenía para vivir”. La donación de la mujer fue heroica.
También reflejó el don heroico de Cristo de sí mismo por nuestros pecados. Ella
no estaba buscando una recompensa. Simplemente puso todo lo que tenía en las
manos de Dios. Está claro por las palabras de Jesús que Dios se dio cuenta.
Pronto Jesús también hará su ofrenda total a Dios, y Dios se dará cuenta. Jesús
es como la viuda del evangelio, dando todo en fe a Dios.
Jesús elogió a la viuda que, en su comunidad, habría sido insignificante. Pero
su pequeño regalo es reconocido por Jesús y, en efecto, es bendecido. Estamos a
punto de llevar nuestros propios dones al altar: el pan, el vino y los frutos de
la colecta de la comunidad. Son regalos en sí mismos, pero también representan
el don de nosotros mismos. Junto con el pan y el vino, nos colocamos en el altar
y oramos para que el Espíritu, que los transforma en el cuerpo y la sangre de
Cristo, también reciba y transforme nuestras vidas en la presencia de Cristo en
el mundo. Como Cristo, por medio del Espíritu, nos entregamos generosamente al
servicio de los demás en nombre de Cristo.
Los fariseos buscaban la estima de los demás vistiendo en público las mismas
prendas que usaban en las sinagogas. Querían que la gente los admirara como
personas que oraban y esperaban ser tratados de manera especial. Esta muestra de
piedad les haría ganar los primeros asientos en las sinagogas. También atraería
la atención en los banquetes y donde recibirían los asientos de honor. Puede que
fueran vanidosos, pero ¿eso no era inmoral a los ojos de Jesús? No, lo que Jesús
condena es que estafaran a las viudas (los estafadores de hoy lo hacen a través
de llamadas telefónicas e Internet). Para empeorar las cosas, se apoderaban de
las propiedades de las viudas en nombre de la religión.
Comenzamos noviembre con la celebración de Todos los Santos y la Conmemoración
de los Fieles Difuntos. Nos recuerdan que, en alguna fecha, cercana o lejana en
el futuro, se nos pedirá que no retengamos nada, sino que en el momento de
nuestra muerte demos todo lo que tenemos al Señor. Son fiestas alegres y
solemnes que nos recuerdan que debemos celebrar la bondad de nuestra vida y
ofrecerla a Dios, que nos la dio. A la luz de estas fiestas, hacemos todo lo
posible por no escatimar nada en nuestro servicio a Dios. Para poder hacer un
don total de nosotros mismos a Dios al final de nuestra vida, practicamos ahora
el crecimiento en la generosidad en la forma en que amamos a Dios y servimos a
los demás.
Entonces, ¿qué nos detiene y qué debemos dejar ir? Estamos agradecidos por la
Palabra de Dios y la Eucaristía que estamos celebrando, porque pueden hacer por
nosotros lo que no podemos hacer por nosotros mismos: transformarnos en
recipientes de donación, rebosantes de la gracia y el amor de Dios por todas las
personas.
Haga clic aquí para obtener un enlace a las lecturas de este domingo.
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/111024.cfm
P. Jude Siciliano, OP <frjude@judeop.org>
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