
03.26.2023
V Domingo de Cuaresma
Ezequiel
37: 12-14
Romanos
8: 8-11
Juan
11: 1-45
En este tiempo del año vemos los primeros signos de la primavera en
las flores, los árboles y el cambio de temperatura. Tenemos ganas
de enfocarnos en la vida nueva que está apareciendo en la
naturaleza. El tema de la vida, la nueva vida nos capta la
imaginación y nos hace regocijar. Tal vez no ponemos en palabras el
milagro de la vida nueva, pero la experimentamos en la naturaleza y
en la alegría que tenemos al ver el renacer de las flores.
Las lecturas de hoy nos hablan del mismo tema. El profeta Ezequiel
está hablando al pueblo de Israel que acabó de sufrir una derrota
completa, con su gente llevada como captiva a la tierra del
enemigo. El mismo pueblo pareció como muerto. Sin embargo, el
profeta les asegura que vivirán otra vez. El Dios de Israel no los
ha abandonado. Ellos experimentarán una vida que brotará del
Espíritu de Dios. Hay una promesa de vida, aunque parece que todo
está destrozado. Vemos que lo que apareció un triunfo de la muerte,
está cambiado en un triunfo sobre la muerte.
El Evangelio nos cuenta de unos amigos bien amados de Jesús: Marta,
María y Lázaro. Es una escena de ternura e intimidad. Con Marta,
Jesús entra en una conversación teológica muy profunda y María es un
maravilloso ejemplo de fe. Marta cree que Jesús tiene poder sobre
la vida de su hermano. Y Lázaro es el recipiente de todo este amor,
regresado de la muerte a la vida. Es fácil ver que este relato
trata de la vida, pero trata también de la fe.
Jesús dice a sus discípulos, “Lázaro ha muerto, y me alegro por
ustedes de no haber estado ahí, para que crean.” Después, dice a
Marta, “El que cree en mi, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel
que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre.” Y al final,
leemos que muchos de los judíos que habían ido a la casa de Marta y
María empezaron a creer en El.
La pregunta para nosotros es “¿Que tenemos que creer?” Más que
todo, tenemos que creer en la persona de Jesús; creer que El nos
promete la vida eterna; creer que El nunca nos deja solo; creer que
Dios es un Dios de compasión y misericordia; creer que la vida
triunfa sobre la muerte; creer que lo que está muerto en nuestro
corazón puede encontrar nueva vida; creer que podemos perdonar;
creer que podemos encontrar alegría después de profundo dolor; creer
que hay belleza en la vida; creer que hay esperanza cuando no
podemos ver la luz; creer que la fe de la comunidad nos lleva a
través de nuestros problemas; creer que Dios puede resucitarnos a
nuevas posibilidades.
Jesús puso a Marta la pregunta, “¿Crees tú esto?” Tal vez la misma
pregunta es la que deberíamos hacer cada uno a nosotros. Con Marta,
con la gracia de Dios y la fuerza del Espíritu Santo, podemos
contestar, “Si, Señor. Creo.” No es solamente cuando nos
encontramos cara a cara con la muerte. Tenemos que creer cada vez
que nos encontramos desanimados, sin ganas de seguir en la lucha de
la vida, cada vez que vemos la victoria aparente del mal. Esta
lucha de la fe es una batalla que ocurre cada día, porque la vida
nos presente ejemplos diarios donde la muerte parece ganar. Por
eso, en estas alturas de la Cuaresma, es más importante que nunca
que contestamos a la pregunta de Jesús con la seguridad de Marta,
“Si, Señor.
Creo.”
"Sr.
Kathleen Maire OSF" <KathleenEMaire@gmail.com>