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XXXII Domingo Ordinario
10 Noviembre, 2024
XXXII
Domingo
B
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1 Reyes
17:10-16;
Hebreos 9: 24-28;
Marcos: 12:38-44
Una parte muy importante de la tradición de Israel era el cuidado de los huérfanos, los extranjeros y las viudas. Estas tres clases de personas representaron lo más necesitados de su cultura y la ley de los israelitas le ofrecieron protección. En la cultura de los israelitas, una joven era propiedad de su padre hasta el momento de su matrimonio. A este momento pasó a ser propiedad de su esposo. Su identidad estaba basada en un hombre, no en su propia persona. Entonces, cuando murió el esposo, la mujer no tenía donde pertenecer, y por eso necesitaba la protección especial de la ley. Las lecturas hoy ponen a dos viudas al centro de su mensaje.
En el libro de Reyes vemos a una viuda no solamente sufriendo a causa de la muerte de su esposo, sino porque todo el país estaba pasando por un tiempo de hambre. Mismo al punto de ver acabar su poco comida, esta viuda tomó en serio la obligación de extender hospitalidad. Entonces, ella hizo caso a la palabra del profeta, ofreciéndole agua y preparándole pan. El tema bíblico se ve en la respuesta de Dios. La harina y el aceite no se acabaron hasta que llegaran las lluvias. La generosidad de Dios es siempre más grande de lo que puede imaginar la persona humana.
En el Evangelio estamos acostumbrados a reconocer la generosidad de la viuda como el punto clave de la lectura. Ella echó dos monedas de cobre en el cofre de las ofrendas. El Evangelio dice que eran de muy poca valor, pero este dinero era todo lo que tenía para vivir. La viuda se quedó sin nada para cumplir con su obligación de contribuir al Templo. Muchos predicadores hablan de esta viuda como ejemplo de generosidad y confianza en Dios. No sabemos, pero esperamos que Dios hiciera milagros con ella, como con la viuda en el tiempo de Elías.
Pero esta lectura del Evangelio empieza con palabras muy duras de Jesús, condenando la hipocresía de los maestros de la ley. El les acusa de andar con ropa lujosa y de buscar puestos de importancia por sí mismo, mientras que “quitan sus casas de las viudas”. Eran las escribas que administraron los bienes de la viuda a la muerte de su esposo, y ellos buscaban la mejor parte para sí mismo. Parece que Jesús está hablando con la misma ira cuando él ve que la viuda estaba sacrificando todo lo que tiene. El está condenando la explotación de la pobre viuda por el sistema religiosa y civil del tiempo.
Creo que el sentido de la lectura cambia dramáticamente si uno imagina a Jesús hablando con enojo cuando ve lo que hizo la viuda. El no está enojado con ella, sino con los maestros de la ley y los escribas que toman su dinero prometiendo oraciones largas. Sus palabras de Jesús son una condenación de la hipocresía religiosa del templo. En todo el Evangelio, la crítica más dura de Jesús es acerca de la hipocresía. Aquí el acusa a los oficiales de su explotar a los pobres.
¿Qué es lo que nosotros debemos aprender de estas lecturas? Claro que debemos reconocer la importancia de generosidad, confianza en la promesa de Dios y la obligación de la hospitalidad. Pero la enseñanza acerca de la justicia es también importante. Hoy es bueno pensar en cómo nuestra sociedad explota a los pobres, aquí y en otros países. Pensamos en la ropa barata que podemos comprar, hecha en factorías donde los dueños no pagan sueldos justos. Pensamos en las frutas y verduras que vienen de países donde gente pasan hambre. Pensamos en los electrónicos que vienen de países donde los trabadores son casi esclavos. Hay tanta explotación en que participamos por nuestro estilo de vida.
Estas lecturas nos animan a ser generosos y confiados en Dios. También nos enseñan que debemos tener mucho cuidado a no hacer sufrir a los pobres, los bien amados de Dios.
Sr. Kathleen Maire OSF <KathleenEMaire@gmail.com>
(Las últimas siempre aparecen primero).
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