1. -- Sr. Kathleen Maire  OSF <KathleenEMaire@gmail.com>

 

2. -- P. Jude Siciliano, OP <FrJude@JudeOP.org>

 

 

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1.
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III Domingo de Pascua

05.04.2025 (Los redes)


Hechos 5: 27-32, 40-41; Apocalipsis 5: 11-14; Juan 21: 1-19


 

Si alguien nos pregunta, “¿Cuándo fue tu encuentro más fuerte con el Señor?”, tendemos a pensar en un momento sagrado, como una misa especial o una celebración religiosa, o tal vez durante una confesión cuando estuvimos bien conmovidos por el sentido de perdón. Algunos aun tal vez en la procesión de la Vía Crucis, o al escuchar una predicación que nos tocó al corazón. Probablemente pocos de nosotros van a pensar en un momento de trabajo.

 

Es interesante ver que, en el Evangelio, Juan es el único de los discípulos que reconoce a Jesús en medio de circunstancias rutinarias. Después de pasar la noche sin pescar ni un solo pez, un hombre desconocido aparece y les dice que tiren otra vez sus redes. Ninguno reconoce a Jesús. Lo mismo cuando se llenan las redes, es solamente Juan que reconoce a Jesús. Claro que nuestra atención se dirige a Pedro que se tira en el agua, pero es Juan que tiene la intuición de reconocer al Resucitado. Todos estaban asombrados por la pesca, pero solo Juan tenía la capacidad de descubrir la presencia del Señor en los momentos menos esperados.

 

Los discípulos habían visto al Resucitado dos veces antes de este encuentro. Pero la realidad de la Resurrección era demasiado difícil para entender en unos cuantos encuentros. Si, creyeron, pero no esperaban ver a Jesús en su vida diaria. Cuando los discípulos estaban reunidos, rezando o recordando las palabras de las Escrituras, era posible reconocerle a Jesús en medio de ellos. Pero aquí, en la orilla del lago, en la madrugada, era otra cosa. ¿Qué razón tendría el Resucitado de estar aquí a esta hora, con pan y pescado en las brasas? Era solamente con los ojos de amor y un corazón abierto a lo nuevo que Juan pudo reconocer la presencia del Señor.

 

Lo mismo pasa con nosotros, cuando estaños tan enfocados en lo diario, el trabajo, la familia, o en el ministerio. Tal vez buscamos unos momentos durante el día para rezar, o tal vez de leer la Biblia, pero nuestra atención queda en los quehaceres de la vida. Nos cansan las exigencias de la familia; nos distrae el ruido de la televisión o la radio; nos fastidia la conversación de los compañeros de trabajo; nos aburre la monotonía de nuestros días. Estamos distraídos por la necesidad de ganar suficiente para comer y pagar los gastos. Y claro, nunca esperamos ver al Señor en semejantes circunstancias.

 

Pero es exactamente en estas circunstancias que apareció el Resucitado. No fue suficiente reunirse con su Padre y dejar esta vida mortal que le causó tanto dolor. Jesús no se olvidó de sus compañeros de vida, de sus discípulos que se creyeron abandonados. Quiso recordarles que sus necesidades eran todavía importantes para El. Quiso compartir en una comida, una comida que nos hace pensar en el Eucaristía. Quiso darles un ejemplo de servicio y de acompañamiento.

 

Creo que Juan nos puede servir como ejemplo para nuestra vida. Necesitamos los ojos de amor y un corazón abierto a lo inesperado. Es con una actitud de fe que encontramos a Jesús en medio de la vida. De lo contrario, corremos el peligro de trabajar toda la noche y no conseguir nada. Corremos el peligro de participar activamente, pero de tener las redes vacías al final de la vida. Corremos el peligro de cumplir con todos los requisitos, pero de nunca tener la alegría de descubrir a Jesús a nuestro lado.

 

La misión del cristiano no es hacer cosas extraordinarias, sino de hacer las cosas que hacen todos, con un enfoque diferente. Nuestra misión es de vivir capaces de encontrarnos con el Señor en el trabajo, en la amistad, en la familia, en la diversión, en el esfuerzo, en la alegría, y en el dolor. Nuestra misión es de vivir con toda la riqueza de una vida empapada de la presencia del Resucitado.


Sr. Kathleen Maire  OSF <KathleenEMaire@gmail.com>


 

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2.
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“PRIMERAS IMPRESIONES”
3er DOMINGO DE PASCUA -C-
4 de Mayo de 2025

Hechos 5:27-32, 40-41; Salmo 30;
Apocalipsis 5:11-14; Juan 21:1-19

por Jude Siciliano , OP

 

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Gracias,
Reverendo Jude Siciliano , OP
Predicador

 

Él se reveló de esta manera. "De esta manera" - ¿qué manera tan impresionante y espectacular fue esa? Después de todo, Jesús resucitó de entre los muertos. ¡Seguramente un evento tan trascendental requería trompetas y luces destellantes! Eso es lo que podría esperar para una ocasión como esta, cuando Jesús resucitado se aparece una vez más a sus discípulos.

Pero Dios no se ajusta a nuestras expectativas. Jesús se revela de una manera muy diferente: en el lugar de trabajo de los discípulos. Simón Pedro regresa a su antiguo trabajo como pescador. Se une a Tomás (¿recuerdan al escéptico?), Natanael, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos, para un viaje de pesca.

Ahora bien, dudo que Juan haya querido decir esto como una metáfora, pero en nuestro lenguaje cotidiano, cuando alguien parece estar buscando o insinuando algo, preguntamos: "¿Qué estás pescando?". Entonces podríamos preguntarnos: ¿estos discípulos están "pescando" algo más? ¿Están buscando a Alguien? Bueno, no lo encuentran a él. Él los encuentra a ellos.

Nosotros también vivimos nuestras rutinas diarias: en casa, en el trabajo, en la escuela. Y cuando reflexionamos sobre nuestras vidas, las luchas en nuestras familias, el sufrimiento en nuestras comunidades y los horrores de la guerra en todo el mundo, también podríamos ir a "pescar", preguntándonos con urgencia: ¿Dónde está el Señor resucitado en todo esto?

Lo que encuentro consuelo en el evangelio de hoy es esto: aunque los discípulos todavía tenían preguntas, incluso después de ver a Jesús en el aposento alto, no son ellos quienes lo encuentran. Es Jesús quien los encuentra. Y no los encuentra en la oración en el templo. Los encuentra en el trabajo. ¿Dónde buscamos a Cristo resucitado? ¿Dónde esperamos encontrarlo? Él nos sorprende al venir a nosotros en lugares comunes, como los que nos encontramos hoy.

O, como lo expresó el poeta Gerard Manley Hopkins: "El mundo está lleno de la grandeza de Dios". (Poema completo abajo.)

El evangelio de hoy y la visión de poetas como Hopkins, nos recuerdan que el Señor resucitado camina por nuestras calles, enfrenta nuestros peligros, comparte nuestro dolor y entra en nuestras muertes. Y ese no es el final de la historia. Cristo trae nueva vida donde una vez solo había muerte.

Hay señales de maldad a gran escala en el mundo:– Civiles atacados en los conflictos de Ucrania, Gaza y Sudán– Tráfico de personas– Racismo sistémico– Destrucción ecológica– Corrupción política– Extremismo religioso

También hay señales de maldad más pequeñas y cotidianas:– Indiferencia ante el sufrimiento– Avaricia y consumismo– Prejuicio e intolerancia– Acoso y abuso– Chismes y engaños

La creencia en la Resurrección y en la presencia de Cristo en nuestro mundo nos llama no solo a nombrar estos signos de muerte, sino a ser signos de Resurrección. Como dice la oración franciscana: Donde hay odio, sembremos amor; donde hay ofensa, perdón; donde hay duda, fe; donde hay desesperación, esperanza; donde hay oscuridad, luz; donde hay tristeza, alegría. Los recientes incendios forestales y terremotos en

California, las inundaciones en Carolina del Norte y el huracán del año pasado en Florida, movilizaron a muchísimas almas generosas, tanto vecinas como desconocidas, para ofrecer ayuda a las víctimas desplazadas. Pero no tenemos que esperar a que ocurra un desastre para actuar con amor y generosidad. Con demasiada frecuencia, una vez que pasa una crisis, tendemos a recaer en viejos hábitos de descuidar, ignorar o juzgar a los pobres y necesitados. Es una reacción muy humana.

Quizás eso sea lo que sucedió en el evangelio de hoy. Tras la tragedia de la muerte de Jesús, Pedro y sus compañeros regresan a casa y retoman sus vidas anteriores, como si intentaran seguir adelante. Pero no fue tan sencillo. Jesús se presenta de nuevo. Y una vez más, los llama: «Síganme».

Es tentador "quedarse en casa", retirarse de las luchas que los cristianos estamos llamados a afrontar. Sí, podemos reaccionar cuando ocurren grandes tragedias, ya sea a nivel local o nacional, derramando nuestro amor, energía y recursos. Pero al igual que los discípulos, también nos sentimos tentados a volver a la "vida normal" una vez que la crisis se desvanece.

Sin embargo, Jesús sigue viniendo a nosotros. Y como hizo con sus discípulos, lo hace con nosotros: prepara una comida antes de enviarnos. La Eucaristía de hoy es ese "desayuno", la comida que nos ofrece. Se entrega a nosotros y pregunta, como le preguntó a Pedro:

"¿Me amas?". Respondemos: "Sí, Señor, sabes que te amo".

En su muerte y resurrección, Jesús nos ha mostrado la profundidad de su amor. Seguro de que este amor nunca nos abandonará, nos invita de nuevo: "Sígueme". Y con esa invitación viene el encargo: "Apacienta mis corderos... cuida mis ovejas". ¿

Nos sentimos tentados a volver a casa, a escondernos del mundo y solo salir cuando sea seguro? No si somos sus discípulos. Si nos retiramos, él vendrá a buscarnos de nuevo y nos preguntará: "¿Me amas?". Y si lo hacemos, cuidaremos de su pueblo: sus corderos, sus ovejas.