1. -- P. Carlos Salas OP <csalas@opsouth.org>

2. -- P. Jude Siciliano, OP <FrJude@JudeOP.org>

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{V Domingo Ordinario (C) – 2/9/25}

Is 6:1-2a,3-8 | 1 Cor 15:1-11 | Lc 5:1-11

Fray Carlos Salas, OP

Hay un cierto nivel de consolación al escuchar de una persona con gran experiencia y a la que admiramos que nos tranquilice cuando nos sentimos preocupados. Esto se escucha muy claramente de un padre a un hijo, con el amor maternal de una madre que le da un beso al raspón y le dice, “estás bien.” En la vida adulta lo sentimos de nuevo cuando tenemos algún problema o desacuerdo y se lo platicamos todo a la persona que más confiamos y que sabemos nos dará una opinión clara y desinteresada, excepto por el interés de la verdad. Esta persona nos dice, “Esto que te sucedió no es tu culpa.” O, tal vez más frecuentemente, las palabras más confortantes que escuchamos antes del salir del confesionario son “Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.”

Podemos escuchar las palabras de nuestro hermano en la fe y apóstol, san Pablo. Él nos dice hoy, Les recuerdo el Evangelio que yo les prediqué y que ustedes aceptaron y en el cual están firmes. Muy posiblemente, muchos en la comunidad se sienten que han recibido el Evangelio, que han profesado en la fe, pero la realidad de su concupiscencia — de la tendencia al pecado — les hace dudar si realmente permanecen firmes en esa fe. Aunque es imposible profesar con los labios que amo a Dios y, al mismo tiempo, descuidar de mi hermano, también es insigne permanecer en la fe al arrepentirnos rápidamente y correr hacia Cristo Jesús.

Eso es a lo que se refiere nuestro hermano, san Pablo, en el Evangelio que nos ha entregado y en el que permanecemos firmes. Este Evangelio, este Kerygma (la proclamación de los actos salvíficos de Jesucristo), lo comparte así: que Cristo murió por nuestros pecados, como dicen las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según estaba escrito; que se le apareció a Pedro y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos reunidos, la mayoría de los cuales vive aún y otros ya murieron.

Lo que nos comparte san Pablo no es una tesis filosófica o teórica sino una historia—nuestra historia. Este es el mensaje de quienes somos a través del lente de Jesucristo, Dios mismo. Esta no es una fórmula química que resuelve todo problema de los seres humanos por una mezcla única de pociones y componentes químicos, sino se trata de lo que Dios mismo hizo por nosotros en Jesucristo.

Pero entonces llega la pregunta hacia nosotros, ¿qué haré con esta información? Así como la madre le da un beso al raspón y me asegura que estoy bien, o una amiga me afirma que lo sucedido no fue mi culpa, o el sacerdote absuelve mis pecados, puedo salir furioso y no creer lo que se me ha dicho (por verdadero que sea). Ahí yo decido cargar con algo que no me corresponde cuando alguien más ha ofrecido levantar mi carga.

En el caso de mis pecados, Jesucristo—Dios hecho carne—, murió por los pecados de todo el mundo, para que todo aquel que crea en Él sea salvado. Sin embargo, le dudamos. No abrimos nuestras vidas al don de la fe. Así es como le dudaron los discípulos: Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada. Lo importante es que, en sus palabras, Simón no terminó ahí sino que, en un acto de fe, añadió, pero, confiado en tu palabra, echaré las redes. Simón tenía todo el derecho en dudar lo que este desconocido le pedía. Después de todo, él era el experto en la pesca y no el que le pedía que volviera a echar las redes.


Podemos vernos en este pescador porque Jesucristo nos invita a intentar de nuevo, a levantarnos, a acudir al confesionario una vez más, a recibir su Cuerpo y su Sangre. Nosotros podemos pensar, “eso ya lo he hecho un montón de veces.” Pero, si cambiamos la actitud y decimos, “sí, Señor, me acerco de nuevo a Ti,” ese es un acto de fe del tamaño de una semilla de mostaza que mueve montañas. Esa es una señal, como nos lo dice nuestro hermano san Pablo, de que permanecemos en el Evangelio de manera firme.

Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar.
Adéntrate de nuevo en la vida de fe y lánzate confiadamente a Cristo Jesús. Nadie más te puede salvar.

Dios los bendiga,

P. Carlos Salas, OP
Vicario parroquial
Iglesia católica del Espíritu Santo | Hammond, LA
Provincia de San Martín de Porres (Sur de EE. UU.)
P. 
Carlos Salas, OP <csalas@opsouth.org>

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2.
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“PRIMERAS IMPRESIONES”
5º DOMINGO -C-
9 de Febrero de 2025

Isaías 6:1-2a, 3-8; Salmo 138; 1 Corintios 15:1-11; Lucas 5:1-11

por Jude Siciliano , OP

 

Queridos predicadores:

 

Hoy tenemos historias de llamados vocacionales, del profeta Isaías y del Evangelio de Lucas. Lo que se destaca en estas historias es que Dios inicia el llamado, y los humanos escuchan y responden. No es por iniciativa propia que las personas buscan a Dios; en cambio, son receptores de la gracia. Cómo y cuándo responden depende de ellos.

Isaías fue sacerdote y consejero de varios reyes de Israel, pero su mensaje a menudo cayó en oídos sordos. ¿Cómo pudo persistir en su misión a pesar de la resistencia? Hoy, escuchamos sobre la visión inaugural de Isaías: un encuentro dramático con Dios. En preparación para su desafiante misión, Isaías es purificado por seres angelicales. Esta purificación lo equipa para predicar un mensaje que a menudo será rechazado.

Todo comienza con el encuentro de Isaías con Dios y la atención a la palabra de Dios. Él es llamado a proclamar el mensaje de Dios y permanecer fiel, incluso en medio de una intensa oposición. La fuerza de Isaías vendrá de la palabra de Dios. A pesar de no saber todo lo que se le exigirá, Isaías pone su confianza en Dios. Cuando Dios pregunta: “¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros?”, Isaías responde: “Aquí estoy… envíame a mí”.

Una secuencia similar se desarrolla en el Evangelio de hoy. Como en la historia de Isaías, escuchar la palabra de Dios precede a la respuesta. Desde la barca de Simón, Jesús predica a la multitud. Lucas describe cómo “la multitud se agolpaba alrededor de Jesús”, ansiosa por escucharlo. Simón y los que estaban en la barca también escuchan mientras Jesús habla. Cuando Jesús le dice a Simón que “eche la red para pescar”, Simón duda, señalando su fracaso después de una noche de pesca. Sin embargo, finalmente obedece y dice: “A tu orden”. Una vez más, un oyente receptivo escucha la palabra, confía en ella y actúa.

Isaías y Simón estaban motivados por la palabra de Dios. La misión de Isaías no le trajo mucho éxito externo, pero fue limpiado del pecado y sostenido por la palabra en tiempos difíciles. Simón, después de responder al mandato de Jesús, experimenta una pesca milagrosa, un símbolo de las muchas personas que serían atraídas a Jesús a través de sus palabras y obras. Más tarde, Simón daría su vida por esa palabra.

Podemos preguntarnos: ¿Me identifico más con Isaías o con Simón en este momento de mi vida? Como Isaías, ¿me siento indigno pero fortalecido por el toque purificador de Dios para servir a los demás? O, como Simón, ¿soy consciente de mis defectos pero alentado por las palabras tranquilizadoras de Jesús: “No tengan miedo”? La palabra de Jesús nos libera de la preocupación por nuestro valor, permitiéndonos dejar atrás las dudas y seguirlo.

El Evangelio de Lucas enfatiza la totalidad de la respuesta de los discípulos. A diferencia de Marcos y Mateo, que describen a los discípulos dejando sus barcas, redes y familias, Lucas señala que dejaron “todo” para seguir a Jesús. La palabra de Jesús los liberó para entregarlo todo y abrazar su misión de hacer discípulos de todas las naciones. Esa misma palabra los fortalecería frente a la oposición e incluso la muerte.

Cada uno de nosotros es amado por Dios y llamado por Jesús para un propósito que Dios conoce desde toda la eternidad. Tenemos la libertad de aceptar, posponer o rechazar este llamado. Cuando nos reunimos para la Eucaristía y escuchamos a Jesús llamar a sus discípulos a sacrificarse y seguirlo, su invitación conlleva la fuerza que necesitamos para responder. Cada uno de nosotros tiene una vocación y, una vez más, escuchamos a Jesús invitándonos a seguirlo. Recibimos su palabra con gratitud, junto con la gracia de vivir nuestra vocación cristiana actual más plenamente.

La experiencia de la palabra de Dios ya sea audible o visible, transformó a Isaías y a los pescadores en canales del amor de Dios para un mundo necesitado. Su respuesta probablemente parecía absurda para sus familias, compañeros y comunidades. Imaginemos el desconcierto de los pescadores experimentados, que habían "trabajado duro toda la noche y no habían pescado nada", cuando un carpintero les dijo: "Rema mar adentro y echen las redes". A veces, seguir el llamado de Jesús tampoco tiene sentido para nosotros.

Esto me recuerda las tareas cotidianas que enfrentamos y que parecen haber perdido su significado o energía; cosas que comenzamos con entusiasmo pero que ahora nos cuesta continuar. Pensemos en las parejas que perseveran en su relación, en los padres que se mantienen firmes a pesar de la indiferencia u hostilidad de sus hijos, o en aquellos que soportan largas enfermedades mientras intentan mantener la fe. Pensemos en aquellos que persisten en las buenas obras a pesar de las adversidades abrumadoras, contra el racismo, la degradación ambiental, la violencia y la adicción. Ellos han escuchado el llamado de Jesús y confían en su promesa de estar con ellos.

Nosotros también necesitamos escuchar nuevamente las palabras de Jesús: “No tengan miedo”. Confiando en su presencia y promesa, podemos continuar siguiéndolo, sin importar los desafíos que enfrentemos.

 

Haga clic aquí para obtener el enlace a las lecturas de este domingo:
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/020925.cfm

 

P. Jude Siciliano, OP <FrJude@JudeOP.org>